martes, 30 de julio de 2013

Desprovisto de todo, me arrojo a lo más hondo.

Por más noches que implore tu llegada,
no creo que ese pedimento sea escuchado.
Por más que pida que tu cuerpo descanse en mis sábanas,
no creo que tu mirada se digne a posar sobre mi corazón malparado.

Estoy acostumbrado a baquetear con arpías,
que ponen mi hígado al sol para despedazarlo en trozos.
Aunque yo mismo no soy un trozo de oro;
lo único que deseo, es encontrar un lugar en el que acabar mis días.

Maldita esta sensación de abandono de mí mismo,
me corroe como la bilis que se produce por desamor.
Vomité las ilusiones por los ojos y cambié mis esperanzas por harapos de mendigo.
Con clamor me pedí a mi mismo ser mejor sin entender bien por qué vivo 
y cuál era el enrevesado plan que ahitaría mi alma.

La tristeza me mira con lascivia
dice que hacía tiempo que nadie la follaba tan bien.
Me enveneno y me coso la sonrisa,
¡Qué mal me sienta cada amanecer!


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