jueves, 5 de noviembre de 2020

 Con los años aprendes a sobrellevar las emociones. Antes te sobrepasaban y te invadían, pertenecías a ellas. Es casi poético como el paso del tiempo, es éso, el paso del tiempo. Y en función de qué entiendas tú por paso de tiempo, ahí cotejaras tu vida. Andamos obnubilados, ciegos en un gran espectáculo. Dicotomías partidistas fragmentan una sociedad inmersa en el sálvame de la política española. El sentido del trabajo, de la vida, de lo qué somos, no sé en qué lugar estará la pregunta, pero desde luego no veo indicios de buscar una respuesta. 


Nos ha tragado el presente. Y nos ha vomitado miedosos del pasado y sin ánimo para el futuro, porque no nos pertecene.


Evoco la sensación de la brisa en la cara tras cruzar la montaña, el cielo nublado y la lluvia al lado. La humanidad frente a la naturaleza, y la paz dentro de esa guerra. Notar el alma, no pertenecer a nada y a todo. Donde el silencio es ley y el ruido alerta. Tras dar la primera pisada, notar el suelo húmedo nutrir la tierra. Donde las aves vuelan en busca de un refugio, aunque cuando el sol brilla su canto es música entre los ecos. Entre esas mismas montañas se puede avistar un riachuelo que desemboca en un mar tranquilo, pero abravado con sangre. Y supe que la pertenecía ahí, aún sin saberlo. 

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