sábado, 20 de diciembre de 2014

-Poema desesperado.-

Ahogo al llanto
en la bajeza de la ciudad.
Susurro al viento, a las aceras.
Busco desahogo,
hablo con las paredes.

Qué maligno embrujo
tiene a todos tan sumidos.
La inercia de vivir
se funde con la apatía.

Qué premio encierra todo ésto.
si la vida hace tiempo 
que dejó de ser un juego.

Quizá confío demasiado 
en el fluir de las cosas,
pero lo que sí es cierto
que el corazón lo tengo en despojo.

Si de tan ingenuo ya no confío en nadie,
si ya de tan desconfiado
no creo ni en mí mismo,
ni en mi propia sombra.

Puse la mano en el fuego
y me quemé, ése fue el presagio,
que ya no, que ya no quise oír.
Y la volví otra vez a meter.

Si ya cada mirada parece insulsa.
Ya hasta me excita el frío.
No queda más cura pues
que morir en busca de una
para esta ansiedad inconforme, 
para esta depresión vivaz,
para estos sueños, de cera,
que los rompí para poder sobrevivir,
para no morir en la escarcha
del halo de tu voz,
para que tu silencio
no me atravesara el pecho,
para que mi confianza traicionada
no se inmolara la dignidad
que quedó tan baja 
que la indignidad
sumió la falta de respeto,
que yo suplí con nihilismo
y con autodestrucción, 
cerveza y tabaco
como única salvación.

Hasta mis propios sueños
se me quedaron grandes 
y me sentí tan minúsculo
que hasta las hormigas 
parecían tener sueños.

Y aún así, sigo, no sé cómo,
no sé con qué, al filo del abismo,
con un poema reprimido
entre los dientes,
con un instinto suicida a flote,
con una herida de vida,
con una sangre que no parece ser mía,
con unas lágrimas que ya no quieren salir,
con un espíritu que se volvió perecedero.

Caminando como el resto...
Hacia el matadero...




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