Había una vez un hombre
que entrenó su alma para no soñar.
y vendió sus cuentas al diablo,
para así no sufrir más.
A veces vivía por inercia,
entre derrochada incoherencia,
en un mundo donde la indiferencia
es patrimonio de la carencia.
Las personas pecan de apatía
y exigen de lo que carecen.
Incluso el propio demonio quería
convencerme, de que yo era él.
La droga del hombre será el amor
y ya demasiado se ha vendido al mismo,
en un lugar, donde más que dios
todos exigen perdón.
La noche le parecía algo mágico
estando sin estar, en lugares tétricos.
¡Qué sí!, juzgamos, pensamos, pero,oye,
¡que somos los mejores sin embargo!
Como a Charles Bukowski sólo quiero
que me dejen en paz, me cansé de ninfómanas,
histéricas y palabras vacías y llenas de afán.
Supuestamente perfectos, por éso, me quiebro.
Le robaron la estabilidad
y a cambio, le dieron sensibilidad.
Que más que fallarle a él
se fallaban a si mismo tal vez.
Conjeturaba sobre el humor ridículo
de la prostitución de la vida.
Destinados y clandestinos, tinta.
Colgando cenizas de los párpados.
Él pensaba y creía, crédulo, en los lobos
que maullaban musitando desde el lodo.
Pero descubrió que no todo
es pura apariencia y palabras, sino vino,
como el vino que tomo
para domar mis fantasmas.
Escribía por necesidad, no por moda,
que poetas de revolcón y bragueta demasiados hay
y ¡ay!, ¡mamá!, no me enseñaste a volar
donde águilas atentan sin alguna piedad.
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