Las ojeras de mis ojos
me delatan los dientes
clavados de mi lobo.
El cansancio crónico
es mi escudo frente al cosmos
con el que el pelo destajo.
El infinito es un drogadicto
rozando el trance
en lo eterno de que el dios
frívolo dictó.
Después de mil horas
de sueño despierto
perdido en los destrozos
de taza de café, contemplo.
Surrealista como una puta
mamando sin llorar;
su saliva son sus lágrimas
y ya no queremos saber más.
La vida nos incumbe más que la muerte,
aunque busquemos que la muerte
nos grite: "!vete¡".
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