martes, 28 de mayo de 2019

Sálvame

Tocan a tu puerta y cierras las ventanas,
Cómo aquel que aunque haga sol,
se prepara para la tormenta.
Observando un teatro, incluso el propio,
caricaturizado hasta el latir, porque cavada 
está la tumba, en el cuadrante izquierdo 
de un cuerpo, de un mecanismo,
que navega por el tiempo,
el duelo de la dualidad concerniente,
al minutero.
¿Qué creer cuando ya no crees en nada?
Éste Nihilismo sin sustento, 
si dudas hasta de la propia duda,
del nihilismo, quizá te haya descompuesto 
de tal manera que ahora sólo seas bruma.
Es así, o sólo unidireccional,
pero éso, oxido, oxido y más óxido.
La erosión no tiene otra cara,
sólo polvo, tierra mojada, 
entre las manos el olor,
y aunque rompas la pared 
que precede al intendente 
se marca el comienzo 
de una penitencia o una salvación,
pero no el final,
conoces de sobra el olor del que hablo.
Aunque las certezas se clavan
como clavos, tales como,
dinero, moderno cristo,
y es lo que tienen los clavos,
oxido, más óxido.
Qué cosas tiene ese tiempo,
ese olor, ese óxido, ese minutero,
ese latir musitando minutos,
que tantas veces deja de ser real,
transformando todo a estático, 
perdiendo cualquier tipo de relevancia,
perdiendo hasta la inercia propiamente dicha,
y hasta todo, óxido y óxido, clavos y calvos,
tierra y tierra, olor y olor.
Que tan real e irreal es,
tan inoportuno e ilusorio,
como tan certero y sagaz.
Te transforma en lobo,
amansado, hasta la próxima luna llena,
en la que te lanzas a la cacería,
de tus propias agujas, 
bebiendo sangre de tus propias vísceras,
cada noche.
Y al sol sólo le lloras, 
¿por qué? Si es el único,
que realmente puso algo de fe en ti. 
Pero ese hedor que proviene del foso,
en el cuadrante izquierdo,
aunque hagas hogueras festivales,
no desaparece, esa marca del condenado,
no desaparece, y tienes lo que falsamente 
crees que mereces, 
el producto de ello son tus propias cenizas,
dejándote en un bosque yermo,
pues tú mismo eres el que confabula
tales incendios,
siendo el mecenas bélico
de las armas de tu destrucción.
Te pasas los días buscando apagar tus fuegos fatuos,
viviendo más en tu mente que en este mundo,
pero no te juzgo, por que si lo hiciera,
me estaría juzgando a mí mismo,
y al fin y al cabo,
aunque baile entre palabras,
es lo que acabo haciendo,
juzgarme, siendo mi peor verdugo,
con la tortura más sutil,
evadiendo lo visual y lo mundano,
achacando a lo interno,
llevando cicatrices por debajo de esta piel
que a veces incluso dudo
de si es mía, de si soy yo, o es mi otro yo,
o el yo de mañana o el yo de ayer.
Pues soy siempre el mismo que siempre se ve sangrando,
frente a su propia tumba,
mientras el mundo está ardiendo,
y soy más que un simple número,
pero en éste caso el número no varía,
y todos sabemos que los números 
son éso, números.

Sálvame. 


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