Que mundo nos ha dejado la sangre seca de nuestros abuelos. ¿Tantos murieron por los que nacieron? ¿Nos dieron el privilegio o el castigo? Ella me dijo que estaba centrado en la introspección, y quizá razón no le falte, de hecho le brindo la razón con el vino diastólico que empuja mi verdad contigo. Hoy ando con una mano en el cuello recordándome, años que piaron en otros árboles de antaño, fui poeta de mala cuna, perdido entre alcohol e instintos suicidas, y hoy, ya no sé ni quién soy, me destruí tanto que olvidé como apilar ladrillos para formar mi ser. Mi mente ahora mismo es una laboratorio macabro donde se mezclan el desasosiego del pasado y la indefensión del futuro.
Tengo la certeza de que mi arte se ha reducido a mero reciclaje caritativo a mi persona, por llenar huecos de ego, por alusión a una parte de mí que quizá murió o sigue ahí aletargada esperando el momento preciso para echar alas, no lo sé. Estoy vestido de duelo, preparado para la batalla más fiera que pueda tener cualquier hombre, aquella en la que los entresijos sean la clave, aquella en la que un fallo de cualquier reflejo vital suponga la muerte, la batalla contra mí mismo.
Me perdí para encontrarme, pero me perdí tanto que olvidé cómo encontrarme. Me perdono el orgullo y reconozco, tú me encontraste sin perderme, por mucho que me aterre, contigo no quiero volver a donde habita el olvido.
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