Debatiendo sobre cuál es el
ganador, otro hombre sentado me miró.
Supo ver las sombras de las
trincheras que se piden de un vaso.
El camarero sirvió dinamita, que
pasó, de alto, como un niño del sol.
Las hojas son más que días sin
tierra, más que lunas en trance.
Dicen por ahí de mí que soy
poeta, y yo aún pregunto, dónde está la recompensa,
Dónde están las nubes, dónde
está la inocencia, que derroché tanto y me hice mayor.
Dónde andan pendiendo los
sueños… Dímelo, por favor… Dónde están...
Hoy sé que el dolor te enseña
que el tiempo no es relativo
Y que lo relativo del tiempo,
desaparece tras un par de tragos de vino.
Todavía noto que palpito, que
algo dentro de mí, sigue vivo…
Cada vez cuesta más sentirlo.
Exprimimos a la vida buscando algo bonito.
Otros tantos viven riendo y yo
me pregunto, qué habrá detrás.
Demasiado tiempo tengo para
tener dudas existenciales.
Me gustaría sentir esa realidad
de la que tanto hablan
Y no caer en las manos de mis
fantasmas, de mis dudas,
De estas cicatrices que a cada
soplo parece que se abran.
Abriendo otra puerta apareció un
borracho y me dijo:
“Hijo, escupo al cielo y sonrío,
porque sé que el cielo es un invento.
Nosotros vivimos en el infierno,
por éso lo respeto”.
A veces, con nostalgia pienso:
si esto es infierno,
El aire es veneno, la comida
ceniza y el tiempo fuego.
Y al percatarme, veo que es cierto…
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